viernes, 17 de julio de 2015

Veintisiete paracaídas.

De vez en cuando hay que dejar que alguien ponga tu mundo patas arriba. El cielo también quiere besarnos los pies y el suelo que lo acariciemos con nuestras manos. El aprendizaje de hoy viene aquí, para que sigas leyendo con la lección asumida y así podamos trabajar:

“Tienes veintisiete puertas de emergencia para salidas inesperadas, ¿por qué te rindes si sólo has abierto una?”

El primer paracaídas es de un azul intenso. Lo llaman A, A de arriesgarse. De enfrentarse al rechazo por lo desagradable que puede sonar un “no” por respuesta.

El segundo es de color blanco. Lo llaman B, B de bailar, de moverse al ritmo del tiempo con su vaivén de notas desordenadas.

El tercer paracaídas es de color café. Lo llaman C, C de caerse, de equivocarse para luego aprender y seguir luchando con lo que has aprendido.

El cuarto es dorado. Lo llaman D, D de decidir, de elegir tu propio camino y tomar las decisiones que tú necesites y no las que quiera el resto.

El quinto paracaídas es de color esmeralda. Lo llaman E, E de esperanza, de no rendirse nunca y aprovechar cada oportunidad, porque las cosas nunca pasan dos veces de la misma manera.

El sexto es de color fucsia. Lo llaman F, F de fuerza, de tener el valor de no subestimar a lo pequeño, todos podemos conseguir lo que nos propongamos.

El séptimo paracaídas es de color granate. Lo llaman G, G de ganar, de ver que las pérdidas pueden ser ganancias.

El octavo es de color humo, así entre un gris y un blanco. Lo llaman H, H de héroe, de entender que en la vida puedes ser el súper héroe de alguien si consigues sacarle una sonrisa diaria.

El noveno paracaídas es de color índigo, un violeta azulado. Lo llaman I, I de ignorar, de saber diferenciar lo que realmente importa en tu vida, de lo que sólo te hace daño.

El décimo es de color jade, digamos que el color que tiene una playa caribeña tranquila. Lo llaman J, J de jugar, de apostar tu vida a las manos del destino sabiendo que es un barco sin norte.

El undécimo paracaídas es de color kiwi, como un verde intenso pero comestible. Lo llaman K, K de kilometrar, de contar cada kilómetro recorrido, con cada uno de los golpes de suerte.

El duodécimo es de color lavanda. Lo llaman L, L de libertad, de sentirse independiente en la vida, de saber que puedes hacer lo que quieras.

El decimotercero es morado. Lo llaman M, M de magia, de tener la brujería en tu manos y enamorarte de cada letra que salga de tu corazón.

El decimocuarto paracaídas es naranja. Lo llaman N, N de nada, de que nadie puede impedirte que seas feliz, de que nada debe frenarte si hablas de cumplir tus sueños.

El decimoquinto es de color invisible. Lo llaman Ñ, Ñ de ñoñerías, de que se puede conquistar a alguien diciendo palabras bonitas, siempre que se digan de verdad.

El decimosexto es oro. Lo llaman O, O de original, de ser único y diferente para destacar sobre el resto haciendo lo que te hace sentir vivo.

El decimoséptimo paracaídas es de color púrpura. Lo llaman P, P de perfección, de ver absolutamente preciosas las imperfecciones que nos hacen maravillosos.

El decimoctavo es de color queso, otro que también se puede comer si tienes un poquito de hambre. Lo llaman Q, Q de querer, de desear que la vida no se pierda mientras imaginas un futuro.

El decimonoveno paracaídas es rojo. Lo llaman R, R de reacción, de enfrentarse al miedo con valentía, atreviéndose a mirarle a los ojos.

El vigésimo es de color sepia. Lo llaman S, S de sentimiento, de conmoverse con las letras de las canciones poniéndoles sentido en tu cabeza, como si fuesen rompecabezas.

El vigésimo primer paracaídas es turquesa. Lo llaman T, T de trabajo, de que el esfuerzo se vea compensado de alguna manera.

El vigésimo segundo es de color ultramarino, más del mar que los demás. Lo llaman U, U de usar, de utilizar la mente como vía de escape antes de hacer locuras de las que luego te arrepientes.

El vigésimo tercer paracaídas es de color verde. Lo llaman V, V de volar, de saber que no hacen falta las alas si nuestro objetivo es surcar el cielo.

El vigésimo cuarto es de color weige, aunque en realidad se escriba beige. Lo llaman W, W de Walkie-Talkie, de que a veces la comunicación falla y nos hace falta algo de ayuda externa.

El vigésimo quinto paracaídas es xántico, un color amarillo pollo donde los haya. Lo llaman X, X de xilófono, de instrumento que pone la banda sonora en tu vida.

El vigésimo sexto es de color yodo. Lo llaman Y, Y de yuxtaponerse, de arrimarse a lo que quieres sin importar los obstáculos a superar para llegar.


El vigésimo séptimo y último paracaídas es de color zafiro. Lo llaman Z, Z de zarpar, de salir corriendo si esta larga e interminable lista de paracaídas para emergencias no sirve.  

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